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Facebook frente al síndrome de Rockefeller

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Su cofundador exige la división y se suma a otros que lo plantearon en el pasado ante la concentración de poder en compañías como Google o Amazon.

Agosto de 1911. John D. Rockefeller jugaba en el campo de golf. Le comunicaron que la Corte Suprema de Estados Unidos había decidido que su empresa, la todopoderosa Standard Oil, había violado la ley antimonopolio. Llegó a controlar más del 80% del mercado. ¿Consecuencia? La compañía se dividió en ocho: la original y las llamadas ‘siete hermanas’. Más de un siglo después, crecen las voces que alertan de la necesidad de tomar una decisión similar entre los gigantes tecnológicos. La última, precisamente, uno de los creadores de Facebook.

«Ha llegado la hora de dividir Facebook». Quien lo dice no es cualquiera. Se trata de Chris Hughes, que levantó Facebook en la Universidad de Harvard junto a Mark Zuckerberg. Lo hacía esta semana en una durísima carta abierta publicada en The New York Times, en la que se mostró muy crítico con la gestión de la compañía y del que era su amigo cómplice. Advertía de que se ha convertido en un poderoso monopolio -más del 80% de los ingresos de las redes sociales lo concentró su antigua casa- y exigía que el regulador desgajara Instagram y Whatsapp de la matriz y le prohibiera más adquisiciones durante varios años.

No es la primera vez que surge en los últimos meses una propuesta similar. La senadora Elisabeth Warren, senadora demócrata por el estado de Massachusetts, planteó algo parecido no sólo para Facebook, sino también para Amazon o Google. Propuso dos medidas inmediatas. Por un lado, ‘anular’ adquisiciones que han marcado parte del mercado como la de Whole Foods por Amazon, las de Whatsapp e Instagram por Facebook o DoubleClick por Google (ésta última es la que representa la base de su sistema publicitario).

La otra pata es establecer el concepto de ‘Plataformas de Servicios Públicos’. ¿En qué consistía? Básicamente compañías con ingresos anuales globales de más de 25.000 millones de dólares que ofrecieran un ‘marketplace’ o una plataforma que conecte a usuarios o empresas que sería designada como tal. Y la ley le impediría ser al mismo tiempo propietarias de la plataforma y de cualquier empresa que opere en ella.

La propuesta despertó recelos entre los ‘lobbies’ del sector tecnológico. «Refleja una loca idea de ‘lo grande es malo, lo pequeño es bueno'», explicaba Robert Atkinson, presidente de un ‘think-tank’ que defiende al sector. También arrancó el aplauso de otros. Lo que resulta evidente es que se trata un primer intento de reforma, en la que algunos expertos señalaban varias lagunas. Por ejemplo, las vinculadas al tamaño: aplicar un modelo basado sólo en la facturación no tiene por qué funcionar en un mercado como el tecnológico, donde los riesgos competitivos son muy diferentes dependiendo del segmento del que se trate.

No han dejado de crecer

Con sus lagunas, este es el primer plan ante un escenario en el que las grandes compañías tecnológicas no han hecho más que ganar poder. Y lo han hecho basados en un regulador en Estados Unidos -y en otros mercados clave- que no ha actuado con firmeza, obnubilados por ese mantra de que estaban haciendo ‘un mundo mejor’. Y unos inversores que han ejercido también su presión, pues la concentración de la riqueza y el negocio en un puñado de compañías ha sido, al menos hasta ahora, un jugoso negocio.

Entre las cinco grandes -Google, Amazon, Facebook, Microsoft y Apple- suman una capitalización bursátil de casi 4 billones de dólares (cuatro veces el PIB anual español). Sus cifras de negocio no han dejado de crecer. Sólo en el último año, todas ellas sumaron una facturación total de casi 700.000 millones de dólares. Y lo llamativo no es sólo el tamaño total, sino su posición de dominio en algunos de los sectores.

En el comercio electrónico, Amazon no ha dejado de crecer: sólo en Estados Unidos ya controla la mitad de todas las ventas a través de internet, según las cifras de la consultora eMarketer. En publicidad online, el duopolio de Google y Facebook ingresan casi siete de cada diez euros que se gastan en anuncios en internet en todo el mundo. Y en otros segmentos mucho más de nicho -pero críticos para el funcionamiento de numerosos servicios hoy, tanto públicos como privados- como el de la computación en la nube, Amazon, Google y Microsoft controlan casi el 60% del mercado.

Una mayor regulación

Todos ellos se han ido beneficiando de lo que se conoce como ‘efecto de red’: cuanta mayor es tu escala, tu negocio se convierte en exponencial. Y también de un trato fiscal mucho más favorable, con trabajos de ingeniería fiscal llamativos. Una ingeniería que con el tiempo ha acabado poniendo en guardia a los gobiernos, también el estadounidense, con sanciones y duras críticas.

En este contexto, junto a la posibilidad de escindir algunos de los negocios de estos gigantes, también se ha intensificado el debate sobre una regulación mucho más dura para este tipo de compañías. No sólo para frenar fusiones y adquisiciones que puedan suponer una amenaza para la competencia, no sólo a corto sino también a largo plazo. También para asegurar que algunas de estas plataformas no favorezcan sus propios productos. Y, por último, para establecer unas reglas mucho más sofisticadas para la propiedad y el intercambio de los datos, que, a la postre, se han convertido en la moneda de cambio (y el gran petróleo explotado por estos gigantes).

El escrutinio en la Unión Europa ha ido ‘in crescendo’ en todo este tiempo. Frente a una mayor inacción en Estados Unidos, donde se ha confiado más en la autorregulación en estos últimos años, la Comisión ha impuesto algunas de las mayores multas de la historia a Google o a Apple tanto por sus prácticas anticompetitivas como por su ingeniería fiscal, que representa también una competencia desleal respecto a pequeñas compañías.

El debate está servido. Las voces que exigen poner coto a estas compañías siguen elevándose. La última es la de Chris Hughes, creador de Facebook. Queda por ver si Zuckerberg tendrá que ser avisado, como sucediera con Rockefeller en 1911 en aquel campo de golf, sobre la división en tres de su gigante.

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