A lo largo de esta pandemia, hemos observado que algunas personas son más propensas a la infección y síntomas graves de coronavirus, y muchas de ellas tienen obesidad. Bien sabemos que la presencia de enfermedades preexistentes ya supone un factor de riesgo importante, pero este en particular parece tener un efecto digno de atención.
En vista de ello, Cate Varney, médica clínica de la Universidad de Virginia, ha indagado en lo que ocurre en el cuerpo de las personas obesas cuando se infectan con el coronavirus. En su artículo publicado en The Conversation nos explica por qué se trata de una combinación letal.
El sobrepeso y la obesidad estás asociados a una larga lista de afecciones que incluyen diabetes, enfermedad cardíaca y varios tipos de cáncer.
La obesidad se ha convertido en un problema de salud pública en muchos países de Occidente, y uno muy difícil de abordar. La simple fórmula de “comer menos y hacer más ejercicio” no es tan fácil de aplicar para muchos; y la predisposición genética y hábitos poco saludables se hacen cada vez más frecuentes.
El problema es que esta conduce también a otras enfermedades a largo plazo, como la hipertensión, enfermedades cardíacas y el cáncer. Los expertos han asociado la obesidad a al menos 236 diagnósticos médicos, dentro de los cuales figuran 13 tipos de cáncer.
A ello sumamos la presión psicológica, que muchas veces retroalimenta el problema, y hace aún más difícil su tratamiento. En general, la obesidad puede reducir la esperanza de vida de una persona en ocho años, una razón más por la que es literalmente vital abordarla.
Pero la evidencia más reciente la ha arrojado la actual pandemia de COVID-19, donde muchas de las víctimas letales y pacientes más graves eran personas obesas. Dicho así suena como una estimación alarmista, pero los investigadores ya han encontrado evidencia bastante convincente de ello.
Al principio, los médicos creían que la obesidad solo aumentaba el riesgo de enfermar gravemente por coronavirus, pero que no afectaba el riesgo de infectarse. El abril de este año, los editores de la revista Obesity advirtieron que se trataba de un factor de riesgo independiente para la enfermedad.
Pero con el paso de los meses y el incremento abismal de los casos, descubrieron que la obesidad aumenta, en primer lugar, el riesgo de contagiarse COVID-19. De hecho, dos estudios en los que se incluyeron casi 10,000 pacientes demostraron que aquellos con obesidad tenían mayor riesgo de morir a los 21 y 45 días en comparación con los pacientes con un índice de masa corporal normal.
Un documento más reciente publicado en septiembre en la revista Critical Care Medicine mostró que los pacientes con coronavirus gravemente enfermos y con necesidad de intubación también tenían tasas más altas de obesidad.
Como muchos saben, el tejido adiposo almacena grasa. Cuando se presenta en exceso, crea una compresión mecánica que limita algo tan básico e indispensable como la capacidad de respirar. En pocas palabras, a un paciente obeso le costará más inhalar y liberar por completo una bocanada de aire.
Una de las consecuencias de ello es que la persona obesa tendrá menos oxígeno en su sangre en comparación con alguien sin obesidad que sí pueda respirar con normalidad.
Liberación crónica de citocinas
Pero hay algo más grave, y es que la obesidad está relacionada con la inflamación. El exceso de tejido adiposo actúa como un órgano endocrino que genera hormonas y moléculas que “conducen a un estado crónico de inflamación en pacientes con obesidad”.
Bajo este estado continuo de inflamación, el cuerpo libera citocinas, proteínas que mantienen el cuerpo alerta ante cualquier indicio de enfermedad para contrarrestarla. Hasta este punto la obesidad parece nuestra aliada, pero en realidad ocurre todo lo contrario. Cuando la liberación de citocinas se mantiene, puede crear un desequilibrio en el cuerpo que da lugar a “autolesiones”, aunque a simple vista no parezcan graves.
Sin embargo, cuando llega la infección con el SARS-CoV-2, este crea una especie de tormenta en la que se liberan las citocinas de forma desproporcionada. Es entonces cuando la inflamación se extiende a otras regiones del cuerpo y empieza a causar daños, como los tan mencionados daños a los pulmones.
Varney explica que el estado de inflamación crónico puede dar lugar a disfunción endotelial, una condición en que los vasos sanguíneos se contraen. La consecuencia de seguro también la has escuchado durante estos meses: una disminución del flujo sanguíneo, y por tanto, del oxígeno a que reciben los tejidos.
Más tejido adiposo, más receptores ACE-2, más células infectadas
Por último, el tejido adiposo excesivo en la obesidad también puede tener más receptores ACE-2, la enzima que utiliza el coronavirus para fijarse bien a las células e infectarlas. Así que, si hay más grasa, entonces el virus tendrá más recursos para infectar las células del cuerpo, algo que se ha observado mucho en el tejido pulmonar.
Así tenemos dos gran problemas dentro de una emergencia global. La obesidad se ha incrementado en las últimas décadas y se le considera una epidemia con potencial de reducir la esperanza de vida. Cuánto más ahora con un coronavirus rondando allí afuera.